San Antonio, Chile, un lugar lleno de historia, donde las olas del océano susurran secretos antiguos. Sin embargo, en este rincón del mundo, hay una historia que ha permanecido en el ocaso del misterio y el terror urbano: la trágica muerte de los hermanos Kifafi. A través de las palabras de Fátima Kifafi, la única sobreviviente de la familia, se desentraña un relato que bordea el horror, la tragedia y, al final, la verdad. Fátima comienza a relatar desde el principio. Su historia se remonta a 1914, cuando su padre, un inmigrante palestino, llegó a Chile huyendo de la guerra. Se estableció en San Antonio, donde rápidamente logró iniciar un negocio.
“Él ya tenía una tienda en 1918”, explica Fátima, recordando cómo su padre conoció a su madre en ese lugar, un encuentro que marcó el inicio de su familia. Sin embargo, la tragedia tocó a la puerta en el año 1946, un día primero de noviembre que marcaría eternamente la memoria de Fátima. Sus tres hermanos—Ali de 11 años, Jalil de 14 y Abdel Fattah de 16—fueron llevados al estero de Llolleo bajo la excusa de jugar al futbol, engañando a sus padres que habían ido al cementerio a visitar a sus abuelos.
Pero el destino tenía otros planes. Fátima, con solo siete años, relata el horror que vivió ese día: “Llegamos del cementerio y escuchamos los gritos. El vecino nos trajo la noticia desgarradora: ‘¡Don Elías, se le ahogaron sus tres hijos!’”
La angustia inundó el hogar Kifafi. En cuestión de minutos, la alegría de los tres jóvenes se tornó en luto. “Era un estero donde fueron a jugar, este tenia una corriente era peligrosa.
Uno de mis hermano cayo intentaron salvarlo, tirándose uno, luego el otro al estero pero no pudieron salir ninguno de los tres”, afirma con tristeza Fátima. Los cuerpos fueron recuperados al pasar las horas, y los bomberos de la época secaron el rio y los encontraron abrazados entre sí en el fondo del estero. La tragedia era tan devastadora que su voz tiembla al recordar: “La pérdida marcó a mis padres de una manera que nunca sanó.”
Lo que siguió fue una transformación de su dolor en un mito urbano que resonaría en la memoria colectiva.
Fátima explica cómo se inició la leyenda de los “vampiros”: “Cuando bautizaron a mis hermanos en el nuevo cementerio, mi padre no soportó que estuvieran en tierra. Decidió construir un mausoleo para darles un descanso adecuado”.
Pero durante los meses que pasaron en los nichos del cementerio, comenzaron los rumores. “La gente que pasaba afirmaba que mis hermanos tenían el pelo largo y los zapatos gastados. De ahí surgió la idea de que eran vampiros”, dice, incrédula.
Con el tiempo, el eco del mito creció. “El panteonero me contaba que los periodistas venían en la noche esperando a que aparecieran los vampiros. Traían café y sándwiches para pasar la noche”, recuerda Fátima.
La realidad se distorsionó; los hijos de Don Elías se convirtieron en seres sobrenaturales en la imaginación popular. “Aún hay quienes creen esto. Se colgaban trenzas de ajo en el mausoleo, como si pudieran ahuyentar a mis hermanos”, añade con amargura. Fátima recuerda sus años de infancia en el colegio, donde sus compañeros la llamaban “la niña vampiro”. “Eso me lastimaba profundamente”, confiesa. Fue su madre quien, en un intento por calmar la situación, le sugirió enfrentar a sus compañeros. “Me dijo que les digiera que vendría a mordérselos en la noche. Fue un remedio para detener las burlas”, ríe con nostalgia, aunque su risa oculta una herida profunda. Hoy, más de siete décadas después, Fátima, la única de su familia que queda, busca desmentir aquel mito. “Les aseguro que mis hermanos eran tres niños maravillosos, no criaturas de la noche”, enfatiza. “Eran estudiantes, con sueños, y su historia fue sepultada bajo un manto de horror que jamás debió existir.”
La tragedia de los hermanos Kifafi no solo es un recordatorio del dolor que la familia enfrentó, sino un llamado a recordar la historia con respeto y verdad. “Espero que la gente comprenda la línea del tiempo que atraviesa el luto y el mito. Mis hermanos no se hundieron en una leyenda oscura; fueron víctimas de un accidente, y su memoria merece respeto.