En el barrio San Pablo, entre sus hermanos y”pelusas” vivió su infancia el actor y folclorista Jorge Yáñez. Su madre lo crió sola a él y a sus cuatro hermanos, en un Santiago que, a sus 81 años, recuerda con claridad.
“Los niños con los que me crié éramos todos huachos. Teníamos mamá no más, papá no teníamos”, comienza a recordar desde su hogar en San Sebastián. Junto a sus hermanos, pasó gran parte de su infancia en el Consejo del Niño, una institución que recibía de día a los niños pobres, mientras sus padres trabajaban. En esa época conoció la calle, sus primeros trabajos y la cárcel.
En vez de ir a clases, comenzó a ir a “cortear” a La Vega, es decir, “llevar los bultos de la gente que compra”. En eso estaba un día en la mañana cuando lo llevaron detenido por primera vez. “Yo iba gritando ‘ahí le lleamo’ (grita) y de pronto, me detienen los pacos por vagancia infantil. Debo haber tenido 10 años, no más. Me llevan a la comisaría y me tiran para dentro del calabozo, donde había vagabundos y borrachos. Pasaban las horas y no me soltaban. Yo me puse a llorar (…) creí que me iban a dejar ahí”, describe.
Al atardecer lo soltaron y corrió a su próximo destino. “Me colgué de un tranvía hacia el cine Colón, ese día daban ‘Bud Abbott y Lou Costello contra los fantasmas’; nos reíamos mucho con esas películas. Cuando llegué al cine, pegué el mismo grito de La Vega pa’ buscar a los pelusas que estaban en el teatro y me respondieron con el mismo grito. Alcancé justo a ver la película y se me quitaron todas las penas. Esa fue la primera vez que me agarraron preso y la más feliz”, recuerda.

El teatro y la juventud
Corteador, mozo y mensajero fueron algunos de los trabajos de su infancia, que lo mantuvieron alejados de sus estudios, hasta que decidió terminarlos en la nocturna, donde conoció el teatro poblacional, en plena efervescencia cultural y política de los 60.
“Me gustó la idea de estudiar teatro para manejar mejor la situación cultural en la población y enseñar con preparación académica”, recalca.
Motivado por eso, dio la prueba en la Universidad Católica. “No quedé po, si no tenía talento, era puro entusiasmo. Volví a la Católica a preguntar si aceptaban oyentes y todos me miraron extrañados y me preguntaron para qué”. Pero insistió y logró una reunión con el director de carrera, el director de TV, cine y teatro Hugo Miller. “Yo tenía ya 25 años, me había casado, tenía dos hijos, era obrero y no tenía idea para adónde iba. Hugo hizo que le contara mi historia y luego me dijo ya, puedes venir”.
Durante tres años estudió teatro en la noche, hasta que en 1965 llegó su primer protagónico en ‘El Litre 4916’. “Era la historia de una familia proletaria en una población. Como sabían que yo era poblador y obrero, me agarraron para que hiciera el rol principal del papá. Estaba la mamá, que era la Kika (Blanca Lowie) y los hijos, que se robaron la pelícu-la, interpretados por Sonia Viveros y Lucho Vilches
La serie era muy famosa y durante tres años, 65, 66 y 67, se llevó todos los premios que le daban a las producciones de la época. Fue un exitazo. Y de ahí continué hasta el día de hoy”, afirma.
“Ángel malo”, “Playa “salvaje”, “El días menos pensado” y “Los 80” son algunas de las producciones donde actuó. También participó en largometrajes como “Caliche Sangriento” y “El chacal de Nahueltoro”. “Todas las películas en las que trabajé me permitieron conocer el mundo de los actores y sentirme contento de verlos. Me retiré de las teleseries hace años, pero si me llaman para hacer cine voy al tiro, sin importar el rol que me den”, afirma sin dudar.

Folclorista
En la misma época que conoció el teatro se acercó al folclor, donde ha tenido una prolífica carrera, con más de 30 discos que rescatan ritmos como el vals, la tonada, la paya y la cueca. En sus comienzos, formó parte de Los Moros y Los de la trilla, hasta que en el 77 se lanzó con su primer disco “Y qué jue…!”, que contiene un tema que hasta hoy en día se enseña en los colegios: “El gorro de lana”.
Me puse a llorar. Ahí nació el éxito de ‘El gorro de lana'”. Pero no sólo le trajo alegrías. Dos años después viajó a Chiloé y se encontró con una sorpresa:
“Cuando llegué a Castro, me dijeron que me iban a presentar al autor de ‘El gorro de lana:
Félix Cárdenas. ‘Mucho gusto en saludarlo, usted sabe quién soy yo’, le pregunté. ‘Sí, Jorge Yáñez’, me respondió. ‘Me dicen que usted es el autor del gorro de lana’, le comenté y me dice ¡Sí!. Me sorprendió, tan ingenuo y convencido.
Le pregunté si era el mismo gorro de lana y me dice que no… Yo me quedé feliz con eso, no volví a hablar del asunto. Pero no, era el mismo tema, que en vez de siete ovejas blancas le puso una, porque consideraba que siete era mucho pa’ tejer un gorro. Hasta el día de hoy los chilotes creen que la canción no es mía”.
A pesar del trago amargo, continuó componiendo con el mismo tesón. Para él, el folclor “tiene que ver con la identidad, el rescate, algo que nos una como pueblo; no puede ser que todo lo que venga afuera avasalle con nosotros (…). Yo todavía ando defendier algo que nadie defiende que es la tradición, la poesía, costumbres y el canto popular chileno”.
El Litoral
Yáñez siempre sintió una conexión especial con San Antonio, eso cuando ocurrió el terremoto de 1985 organizó un grupo ayuda. A una semana de la catástrofe llegó a la comuna con camión con víveres y un bus con artistas para hacer un show para la gente.
“Yo estaba de coanimador y la actriz Gabriela Medina estaba recitando, cuando de pronto llegaron los militares: ‘Esto se terminó, señores. Todo el mundo fuera’. No se llevaron a nadie detenido, porque nos refugiamos todos en la parroquia. Como a las 6 de la tarde llegó el padre “Chocolito” (Ricardo Reyes), que traía de vuelta el camión que nos habían requisado en la mañana los militares, cuando ingresamos a San Antonio.
Hicimos una cadena para bajar las cosas y en eso llegaron camionetas de investigaciones, conversaron con el padre y este nos dice que por orden de la policía todos los artistas teníamos que salir”, señala.
El artista recuerda que “nos metieron en las camionetas y no nos querían decir qué pasaba. Insistimos, pero nada, hasta que uno de ellos nos dice: ‘han sido expulsados de la provincia. Cuando escuchamos la palabra expulsados tiritamos, pero cuando dijo de la provincia no entendíamos qué era eso. Nos dejaron en el límite de la Región Metropolitana, donde está el Finao Ñatito, allí estaba el bus en que habíamos venido, esperándonos”.
En esa época, Yáñez ya había comprado el terreno de San Sebas-tián, donde vive con su esposa y desde donde nos embarcamos en esta retrospectiva de vida. ¿Su motivación para vivir en el litoral? Otro recuerdo de infancia:
“Yo conocí el mar en San Antonio. Del Consejo de Defensa del Niño tomaban a todos los niños pequeñitos y los invitaban a la Colonia Villalobos, que quedaba en Llolleo. Era primera vez que salíamos de Santiago, sin papá, sin mamá. Hicimos caminatas al Cerro El Cristo y de allá arriba se veía el mar. Nos llevaron a todos al puerto de San Antonio y nos embarcaron en una lancha. Ver y estar en el mar en San Antonio jamás se me olvidó, por eso siempre quise tener un sitio en el litoral”, señala desde su hogar en San Sebastián, donde pasa gran parte de su tiempo, cuando no está en algún escenario del país manteniendo vivo el folclor, porque a sus 81 años Yáñez sigue escribiendo su historia.